Los Bastardos de la Uva

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Revista de literatura y editorial independiente. Letras de la errancia para trastabillar en las cantinas

(Miguel Juárez Figueroa: coeditor)

Los bastardos de la uva es una revista y editorial mexicana independiente interesada en publicar y editar literatura contemporánea en habla hispana. Fue fundada en abril de 2010 por una caterva de nobles y conspicuos borrachos, lectores y amigos. Es una revista independiente de publicación trimestral cuyo contenido campea entre la narrativa y la poesía de autores con trayectoria así como de material literario producido por nóveles poetas y narradores además de material gráfico y fotografía. Por las páginas de Los bastardos de la uva fluye alcohol, sexo, terror, cucarachas, perros famélicos, más alcohol y letras de la errancia para trastabillar en las cantinas. Hemos publicado hasta la fecha 13 números de la revista y en 2012 incursionamos en el mundo editorial publicando y editando el libro Mariana con M de Música del escritor mexicano Eusebio Ruvalcaba. Nosotros sólo publicamos textos rechazados, sólo publicamos a hienas literarias.


Textos leídos en las presentaciones

Los Bastardos de la Uva #12

En la novela Bajo el Volcán del escritor inglés Malcolm Lowry, el Cónsul, imbuido permanentemente en las llamas del alcohol, se dirige al consultorio de su gran amigo, el Dr. Diaz Vigil. Un impulso natural lo lleva allá: El Cónsul carga con una resaca acumulada de varios días, que es tan sólo un indicador de la batalla que se encuentra librando consigo mismo. Al llegar, el médico se encuentra ocupado atendiendo a un paciente, así que el Cónsul se ve obligado a esperar. Lo hace impertérrito a pesar de la revolución que se gesta en su interior. Después de un rato, el doctor pausa sus actividades y se asoma a ver a su amigo. Ambos se lanzan una mirada de complicidad, pues saben perfectamente qué es lo que sigue. Se dirigen, sin mediar explicaciones, a un cuarto secreto del consultorio en el que departen varios tragos.

Lowry descubre el aire de camaradería innata en todo aquel que bebe. Dicha camaradería genera lazos consistentes allí donde se gestan los vínculos humanos a partir del lugar común y lo políticamente correcto. Con unos tragos encima se abren los boquetes que persuaden hasta las naturalezas más tímidas. Advienen entonces las charlas impetuosas, el baile y la fiesta. El trago puede ser también compañero de los más arrojados e iracundos, de los solitarios que en las sesiones de callado pensamiento se aproximan a lo inefable del conocimiento y al descubrimiento siempre espinoso de uno mismo.

Una mirada de camaradería fue la que me hermanó con el buen Ricardo Lugo, director de la revista de literatura Los Bastardos de la uva. Fue hace poco más de dos años, justamente en una fiesta. En medio del tropel de bailes, gritos y sonidos de botellas; lo divisé cerca de la barra. Acodado en la misma, bebía cabizbajo con una parsimonia grisácea que contrastaba con el aura de arcoíris carnavalesco que gobernaba la reunión. Nuestras miradas se encontraron, la suya estaba iluminada por esa luz de quien espera la conmiseración. Unos segundos después, sin más, nos hallamos compartiendo un trago y observando el siempre contingente desenvolvimiento de la acción colectiva. Después de un rato, y hermanados por el corazón roto, me confesó el motivo de sus muy evidentes dolencias. Había gestado a Los Bastardos de la uva para conquistar a una bella mujer, pero ésta lo había mandado a la búrger justo unos cuantos días antes de salida la revista.

En dicho contexto, surgieron Los Bastardos de la uva como una celebración del trago, el arrabal, la errancia y el trastabille en las cantinas. Una intención buscaba ser el punto de partida: publicar puros textos rechazados. Esta frase, aparentemente trillada, no dejaba claro su alcance para ese momento, pero poco a poco fue estableciéndose como el punto de partida de la esencia de aquella incipiente publicación. Con el tiempo, la revista ha devenido en antología de literatura contemporánea mexicana. Y en tanto tal, no está de más decirlo, propensa al error. Pero paradójicamente, el contenido de esta revista celebra, precisamente, al hombre falible; considera el fracaso como una parte esencial de la naturaleza humana. Pondera, también, el hedonismo y el placer que goza y hace gozar. No invita a nadie a beber ni hace apología de la embriaguez que desprovee de razón. El alcohol sólo es el pretexto que nos permite asomarnos a aquellos hombres que caminan en dirección contraria al relato establecido.

Me permito ahondar en este último punto apelando a la figura de los zombies del metro de la ciudad de México, acaso el lugar más heterogéneo de nuestro país. Desde la mañana basta con aguzar el ojo y descubrir en la mirada desconfiada y contemplativa de los obreros, oficinistas, amas de casa y estudiantes, cómo van alimentando en sus vida una vena de locura con el pasar de las estaciones. Unas horas después uno ve surgir a los zombies como ánimas. Uno se pregunta si es que el leviatán urbano, ya indigesto, ha vomitado a estos hombres de sus vericuetos grises. Advienen los ladrones, los locos, las putas, los borrachos. A esos les damos la mano, pues son los inadaptados, los arrojados, los incomprendidos. Cada uno de esos hombres y mujeres constituyen una biografía, una historia de vida que ha arrancado el interés de los clásicos desde siempre; y también el de la moral burguesa que los censura y que impele mirarlos con asco y desconfianza. Esa moral que nos hace acumular culpas, patologías y miedos y que nos aliena al imperio de la igualdad de caminos ya trazados, ya sabemos: la famosa zona de confort: que si con la pareja, el amor, la fidelidad y la familia; que en la escuela, los doctorados antes de los 30 y mucho antes las engorrosas tesis que censuran el ánimo de escribir de muchos jóvenes; que si en el trabajo, las escalas, la productividad, el ser el empleado del mes; que en lo político, preocuparnos por el otro, votar, participar. Los zombies, en cambio, son los desiguales, los infames que cargan en sus espaldas la humanidad de todos nosotros. Ellos son nuestro mejor espejo. Y es eso lo que los bastardos de la uva buscan en la literatura: todo aquello que hurgue y que estruje las entrañas más internas de las personas. Y no para reivindicarlos, que para eso están los activistas de izquierda; no para satanizarlos, que para eso están los de Palabras Presas que se indignan con el plagio y el robo; mucho menos para rescatarlos o mostrarles el camino correcto, que para eso están los congruentes y los pastores; sino porque estamos convencidos que la literatura nos permite zambullirnos en las entrañas más apestosas del hombre. Allí donde se gestan las situaciones límite. Y por que pensamos, también, que la voluntad y la fuerza de existir refulgen como un tesoro escondido justo en el filo de la navaja. Antes o después, incluso de la caída libre.

Eso es, lo que por lo menos a mí, me motiva y me genera pertenencia hacía este proyecto. En el trajín de estos años, hemos establecido un proceso de aprendizaje que es forma de vida sustentada en el ejercicio de una amistad sin concesiones; en la práctica de una vida cotidiana que celebra el placer y no el sufrimiento; aunque a veces nuestra nada práctica cotidianeidad de románticos trasnochados nos lleve a trastabillar y dar de tumbos por los caminos del sur de la ciudad.

Nos topamos, en fin, con la disyuntiva de continuar con un bajo perfil o de acceder a lógica mercantil. ¿Cómo exprimirle a la revista viabilidad económica sin perder su esencia irreverente? He visto a personas venerar bustos de Marx maltratados y a la vuelta de la esquina rasgarse las vestiduras por unos cuantos pesos. He visto también a poerockstars que se convierten en verdaderos usureros cuando el tema del dinero está de por medio. Es un reto que tenemos por delante y sobre el cual hemos atendido en el presente número estrenando diseño editorial y próximamente con la página web donde iremos digitalizando los números anteriores de la revista para ponerlos a disposición de cualquiera.

Me congratulo por este número 12 y brindo por él por ustedes. ¡Muchas gracias!

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Leído en la terraza del Hostal Regina junto a Héctor de Mauleón, Luz María Chapela y Ricardo Lugo-Viñas.


Los Bastardos de la Uva #11

En la novela Bajo el Volcán del escritor inglés Malcolm Lowry, el Cónsul, imbuido permanentemente tanto en las llamas del alcohol como en una lucha constante consigo mismo, se dirige al consultorio de su gran amigo, el Dr. Diaz Vigil. El médico se encuentra ocupado atendiendo a un paciente, así que el Cónsul se ve obligado a esperar. Lo hace impertérrito a pesar de la revolución que se gesta en su interior. Después de un rato, el doctor pausa un poco sus actividades y se asoma a ver a su amigo. Ambos se lanzan una mirada de complicidad concisa pues saben perfectamente que es lo que sigue. Se dirigen, sin mediar explicaciones, a un cuarto secreto del consultorio en el que departen varios tragos.

Lowry descubre el aire de camaradería innata a todo aquel que bebe. Dicha camaradería genera lazos consistentes allí donde la moral impuesta gesta los vínculos humanos a partir del lugar común y lo políticamente correcto. Con unos tragos encima se abren los boquetes que persuaden hasta las naturalezas más tímidas; advienen entonces las charlas impetuosas, el baile y la fiesta. El trago puede ser también compañero de los más arrojados e iracundos, de los solitarios que en las sesiones de callado pensamiento se aproximan a lo inefable del conocimiento y al descubrimiento siempre espinoso de uno mismo.

Una mirada de camaradería fue la que me hermanó con el buen Ricardo Lugo, director de la revista de literatura Los Bastardos de la uva. Fue hace poco más de dos años, justamente en una fiesta. En medio del tropel de bailes, gritos y sonidos de botellas; lo divisé cerca de la barra. Acodado en la misma, bebía cabizbajo con una parsimonia grisácea que contrastaba con el aura de arcoíris carnavalesco que gobernaba la reunión. Nuestras miradas se encontraron, la suya estaba incendiada. Unos segundos después, sin más, nos hallamos compartiendo un trago y observando el siempre contingente desenvolvimiento de la acción colectiva. Después de un rato, y hermanados por el corazón roto y la plática sobre música de concierto, me confesó el motivo de sus muy evidentes dolencias. Había gestado dicho proyecto para conquistar a una bella mujer, pero ésta lo había mandado a la búrger justo unos cuantos días antes de salida la revista.

Así, en dicho contexto, surgieron Los Bastardos de la uva como una celebración del trago, el arrabal, la errancia y el trastabille en las cantinas. Una intención buscaba ser el punto de partida: publicar puros textos rechazados. Esta frase, aparentemente trillada, no dejaba claro su alcance para ese momento, pero poco a poco fue estableciéndose como el punto de partida de la esencia de aquella incipiente publicación. Tan incipiente e incongruente como el sujeto que se transforma en el día a día; y que va adquiriendo, inevitablemente, los rasgos biográficos de sus creadores.

Uno de esos caminos ha provocado que la revista haya devenido antología de literatura contemporánea mexicana. En tanto tal, no está de más decirlo, propensa al error, como decía Borges. Pero sin embargo y paradójicamente, el contenido de esta revista celebra, precisamente, el error: al hombre falible que se equivoca y que tal vez camina en dirección contraria a los relatos de éxito y trascendencia del mundo contemporáneo. Celebra el fracaso como una parte esencial de la naturaleza humana, de la vida misma, pues tal vez uno sólo tenga éxito cuando muere. Pondera, también, el hedonismo y el placer que goza y hace gozar. No invita a nadie a beber ni hace apología de la embriaguez que desprovee de razón. Basta remitirnos al gran Epícuro, padre del hedonismo que tan sólo se alimentaba de pan y agua. En fin, la literatura de esta revista le da la mano a los indigentes de manos cochambrosas y de olor acre; y dirige una mirada sincera, como los clásicos, a los locos, los borrachos, las putas, los asesinos y los que roban.. Y no para reivindicarlos, que para eso están los activistas de izquierda; no para satanizarlos, que para eso están los de Letras Presas que se indignan con el plagio y el robo; mucho menos para rescatarlos o mostrarles el camino correcto, que para eso están los congruentes y los pastores; sino porque estamos convencidos que la literatura nos permite zambullirnos en las entrañas más apestosas del hombre. Allí donde se gestan las situaciones límite. Y por que pensamos, también, que la voluntad y la fuerza de existir refulgen como un tesoro escondido justo en el filo de la navaja. Antes o después, incluso de la caída libre.

Eso es, lo que por lo menos a mí, me motiva y me genera pertenencia hacía este proyecto. En el trajín de estos años, hemos establecido un proceso de aprendizaje. Un aprendizaje que es forma de vida sustentada en el ejercicio de una amistad sin concesiones; en la práctica de una vida cotidiana que celebra el placer y no el sufrimiento; aunque a veces nuestra nada práctica cotidianeidad de románticos trasnochados nos lleve a trastabillar y dar de tumbos por los caminos del sur de la ciudad.

Como cualquier otra cosa en la vida, esta revista se encuentra destinada al fracaso. Nos topamos con la disyuntiva de continuar con un bajo perfil o acceder a lógica mercantil. ¿Cómo exprimirle viabilidad económica sin perder su esencia irreverente? He visto a personas venerar bustos de Marx maltratados y a la vuelta de la esquina rasgarse las vestiduras por unos pesos. He visto también a impresores que de poerockstars se convierten en usureros al desconfiar de un pago atrasado. Es un reto que tenemos por delante. Y que en cuanto llegue, por lo menos yo, me dare la vuelta como un perro asustado.

Por que al fin y al cabo muchos de nosotros no somos más que eso; simples e inofensivos perros disfrazados.

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Leído en la XII Feria del Libro en el Zócalo, junto a Eusebio Ruvalcaba, Jorge Arturo Borja y Guillermo Zapata «El caudillo del son»


Los Bastardos de la Uva #9
Cuando vi la portada me imaginé la historia de alguien con la resaca encima. De esas resacas tan intensas que no pueden curarse más que siguiendo el trago. Aquel hombre llega a las afueras de la cantina y se iluminan los ojos al ver la botana del día: “Sopa de médula, caldo de camarón, hígado encebollado y pata de cerdo”. Después empuja los batientes; lo hace con tanto fuerza que vuelve locas las bisagras, las cuales rechinan en su intento de controlar la embestida. El movimiento de los batientes descubre los rasgos de algunos comensales que se apretujan gustosos en el interior del inmueble. El hombre se acoda en la barra y pide una cerveza Victoria, la cual se empaña por el borboteo del caldo de camarón hirviendo que le sirven justo al lado. Antes de comenzar se vuelve hacia todos y toma la palabra:

¡Ay de nosotros, los incongruentes, que no hemos sido convencidos de las mieles de la religión del dinero y la verdad! ¡Ay de nosotros, prejuiciosos de los prejuiciosos, condenados a vivir señalados lontananza por el dedo del caminante de la vereda productiva! ¡Ay de nosotros, que hacemos crecer las plantaciones de nuestro terruño con lágrimas! ¡Ay de nosotros, que no reparamos en poner un espejo frente a nuestro rostro, para no temer del fracaso inminente, para no avergonzarnos de nuestro pragmatismo, pero también para sabernos distintos y en transformación constante! ¡AY de nosotros, fokins entre fokins, que le damos la mano a Kafka, Lowry, Hemingway, Bukowski, Fante y Carver! ¡Ay de nosotros, que sobrevivimos la miseria del mundo alimentando en nuestra vida una vena de loco; ponderando el hedonismo en un mundo de censura; reivindicando la amistad que no cuestiona ni reprende; y creyendo en la esperanza de la humano!

En ésta palabras se encuentra, tal vez, gran parte del espíritu de la revista Los bastardos de la uva. Basta corroborarlo pasando las páginas y localizando textos que abordan lo humano desde distintas facetas: por ejemplo, lo lúdico, desparpajado e irreverente en cuentos como el de La rata de los tacos de cabeza de Samuel Segura y en los Tres poemas de Abel Romero; la tristeza, la nostalgia y la melancolía en los Cuatro poemas de Rogelio Dueñas y en Luna, tarde escribo tu canción de Israel Miranda: textos que hacen sentir al lector como un castillo de naipes a punto de derrumbarse; asimismo, lo erótico aparece en cuentos como La victoria es mía de Pamela Noreña y La revolución de Rebeca Soto: ésta sección puede leerse despreocupadamente en la impunidad del baño, donde se puede prescindir de youjizz o youporn para regresar al recuerdo de aquellos años mosos de encerrones chaqueteros en el baño.

  Al mismo tiempo, los Bastardos de la uva se transforman: agregan algo a su propuesta literaria, o por lo menos lo intentan. Y eso es algo que se agradece, por que muchas de las publicaciones periódicas se estancan en las mismas temáticas y rara vez proponen cambios sustanciales a sus contenidos y autores. Este número inaugura una sección denominada De cómo el водка se convirtió en vodka. Intensión valiosa cuando se toma en cuenta que la traducción ha sido desplazada de las publicaciones independientes. “El cantinero y el traductor son anfitriones, coincididores entre el trago y sus lectores, que es lo mismos que decir sus bebedores. Traducir y servir un trago es el periplo que significa ir de la botella a la barra y en donde lo fundamental es compartir”.

Quisiera hacer hincapié, además, en el protagonista de la sección gráfica de éste número. Chucho Roméu nos deleita con su serie Gallos, en la cual despliega aves antropomorfas que expresan sentimientos y actitudes humanas en distintos planos: desde la vergüenza del juicio del otro, la impunidad que otorga la masa y la libertad de la lectura en medio del mar soberano; hasta la apreciación irónica de la risa y la solemnidad de la religiosidad.

En fin, es innecesario que siga hablando del contenido de la revista. La forma es la revista en tanto objeto tangible y el fondo son las letras que contiene. ¡Zambullámonos en el fondo! Sin albur. ¡Enhorabuena y salud!

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Leído en la cantina «La esperanza» el 5 de mayo de 2012 con Eusebio Ruvalcaba y Evodio Escalante


Los Bastardos de la Uva #8
Aplaudo la publicación del número 8 de los Bastardos de la Uva: revista de literatura que evita navegar con panfletos, manifiestos y dogmas (tan abundantes en las aulas universitarias y los pasillos de los recintos culturales) sino que se limita a celebrar el buen trago, el arrabal y el trastabille en las cantinas.

En los Bastardos de la Uva sólo existe un filtro: la publicación de textos rechazados. Y, coincidencia o no, la mayor parte de los escritos que han atendido a este llamado han versado sobre aquellos personajes que se oponen -ya deliberadamente, ya involuntariamente- a la moral del dinero y la productividad económica: putas, indigentes, locos y borrachos se acompañan a lo largo de sus líneas. Y el número 8 no es la excepción.

Lo primero que uno observa al ojear la revista es que se trata, en realidad, de una antología de literatura contemporánea (y como tal, propensa al error y a dejar fuera a los mejores textos); sin embargo, al leerla, se nota la búsqueda de reconciliar, al mismo tiempo, a autores con obra publicada y jóvenes emergentes.

Refiriéndome al contenido de este número 8, me gustaría hablar, en primer lugar, de las fotografías de Juan Pablo Zamora. Cada una de ellas retrotae a los confines más recónditos del barrio, a las esquinas que albergan al escuadrón de la muerte de personalidades en trance y a los hoyos donde se refugian los excluidos. Son fotos que reivindican la indigencia que tiene la puerta cerrada a recintos como éste (reinos de las buenas formas, de los pantalones largos y de la estética diáfana). El fotógrafo saluda las manos cochambrosas de esos hombres y aspira el aroma acre de su tiempo suspendido. Pero a su vez disfruta el silencio que no cuestiona. Basta asomarse a la portada de la revista para percatarse que acaso la verdadera amistad se da justo allí: en ese hombre y esa mujer abrazados en el tocar fondo.

El texto de Adela Fernández es un indicador del contenido de la revista: ‘He leído la revista, recorriendo sus inframundos, con sus brillos y sus danzas de sombras, sus goteos dolorosos y los ejercicios del importamadrismo y la incomplacencia contundente […] Ustedes aluden al despliegue de alas siempre heridas por los roedores moralistas. Vahos de alcohol y humos que encapsulan los amores hasta extinguirlos. Tantas cosas agónicas vividas, estertores y sobrevivencias, tiempos anhelantes […] Mucho sé de arrastrarse y hundirse’

En el presente número se incluyen pulgas (o más bien cienpies) del texto Bajo el Volcan de Malcolm Lowry. Escenas que describen los pasos sin dirección y objetivo preciso del Cónsul; la incertidumbre que lo lleva a visitar las cantinas y el mézcal: un hombre que sobrelleva el recuerdo y una existencia que no todos comprenden.

Uno encuentra atisbos del Cónsul en la poesía de Gerardo Meneses y la narrativa de Oscar Schaum: escritos que lidian con situaciones límite como el divorcio o la homosexualidad en la adolescencia. También en la poesía de César Rito Gónzalez: un hombre que suplica existencia a la barra, a los espejos, a los mezcales, a las puertas de esas cantinas campiranas ricas en desgracias. O como en esa paradoja que relata Salvador Vazquez al final de la revista: la historia de un hombre enamorado de una puta que bebe solitario en una cantina bucólica.

Es de celebrar, también, el humor que se desborda en el cuento de Hugo César Moreno y en la poesía de Máximo Cerdio. El primero, con la historia de un hombre que sufre una terrible cruda moral después de una noche de tragos con dos mujeres entradas en kilos y una jota. El segundo, describiendo, entre otras cosas, la arrogancia de una banca que arropó el inmenso y hermoso trasero de Jeniffer López.

Hay que ponderar, también, la permanencia de secciones como la última y nos vamos y el cuestionario bastardo. En la primera, Alejandro Gamboa habla de las musas literarias que lo han llevado al terreno de la composición musical. Y en el cuestionario bastardo, el poeta Max Rojas anuncia el paso de los cuerpos con la gravedad de su voz y el humo de cigarro.

Celebremos pues, la publicación de éste número.

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Leído en el bar del Gran Hotel de la Ciudad de México el 20 de enero de 2011 con R. Israel Miranda y Ricardo Lugo-Viñas


Mariana con M de Música

Conocí a Eusebio Ruvalcaba hace poco más de un año en ‘La Jaliscience’. Fue un conocer a medias. Por que mi corazón estaba diezmado y mi cuerpo beodo; y por tal razón no intercambiamos muchas palabras. Ese día, allí frente a él, en esa hermosa cantina, mi tristeza fue arropada en los hombros de ese ángel; esa musa del libro que hoy nos congrega. Aquella anécdota solemos recordarla con un vaso de mezcal o de vodka en las manos y una sonrisa que aturde nuestro rostro.

En tiempos en que el porno estadounidense ha uniformizado el coito; en tiempos del normal caos del amor, o si se me permite, del amor líquido; en tiempos del vigilar y castigar de las enfermedades venéreas; y en tiempos del ‘gran hermano’ de la culpa (el cual censura a muchas mujeres convenciéndolas de que hasta el sexo oral provoca cáncer); poesía como la de Ruvalcaba da al traste y sacude.

En este poema novelado caminan en un continuo las figuras del perro y del bebedor dirigidas por la música que da pistas de entendimiento a lo insondable. El propio autor lo advierte en las primeras líneas de su texto. “Desconfío de la palabra, escrita y oral. Desconfío de cualquier vínculo que apeste a comunicación. Sobre todo en términos de la cama y el amor. Del odio y la carne. Por que nunca es posible decir lo que se piensa y se siente.” Ante tal diagnóstico no queda más que echar mano de lo inefable de la música para buscar una respuesta. Esa música que ha cimbrado al autor desde antes de nacer con los acordes del piano y del violín que eran interpretados por su señora madre, Carmen Castillo y por su señor padre, Higinio Ruvalcaba, respectivamente.

Las alusiones a compositores permean el contenido del libro. Estas pueden parecer, para el escucha no acostumbrado, como innecesarias o forzadas; sin embargo, son los recursos de los que el poeta se vale para vaciarse y zambullirse en si mismo (como el perro que conoce el mundo asomándose a las entrañas, justo por el lado más obscuro y fétido, cuando huele el culo de los otros).

El libro de Ruvalcaba puede ser denostado por los amantes de las reglas, de la razón y las formas. Aquellos que van por el mundo con su caparazón de amor propio y que ven el tocar fondo como lo más lejano. Sin embargo, en cada uno de los versos de éste libro se vislumbran dos intenciones: la ponderación de una literatura diáfana y la necesidad desplegar al máximo lo aprendido. Una especie de madurez que recuerda al cónsul de Malcolm Lowry: ese personaje que sigue su propio tiempo y que lucha en su interior para entender su existencia. En este caso Eusebio Ruvalcaba busca entender su amor por Mariana y sentencia: “Comprendo que el amor es un juego de cartas. Cierto callejón sin salida. Cuya entrada sólo les está franca a los inconscientes, a los desvalidos. A los que desvían la mirada del sol”. Una sentencia que recuerda a la vez al buki -en el sentido de que sólo en la pobreza se sabe querer– y a Cioran -por aquello del sufrimiento que nos permite dejar de ser marionetas, es decir humanos. Por que no cabe duda que hay mucho de humano en ese hombre que camina agarrado del hombro de Mariana, y que arranca la mirada y la envidia de los zafios.

En lontananza ‘Mariana con M de música’ puede vislumbrarse ya como una propuesta de apreciación musical o ya como un manual de seducción (que reconcilia al seductor de Kierkegaard con el joven Werther goethiano) que es aderezado por el breve diccionario del diablo que salpica el libro del cinismo y humor tan particular del autor.

Celebro la publicación en dos sentidos. Por una parte, por el libro en si mismo. Y por la otra, por ese caterva de borrachetes que son Los Bastardos de la Uva, los cuales se han aventurado a este proyecto con la inexperiencia por delante, pero con lo volitivo de la generosidad del autor como incentivo.

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Texto leído en la presentación de ‘Mariana con M de música’ en el ‘Museo Universitario del Chopo’ el 11 de enero de 2012

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