Las calles vacías a las 6 de la mañana.
El sonido de mis pasos en la tierra blanca, la música del aire acariciando las plantas secas, un par de aves seduciéndose en los frutos rojos de los nopales, el rítmico movimiento desinteresado de los molinos, el humo lejano de los hornos de piedra anunciando el impetuoso domingo.
En la explanada es temprano pero el pueblo ya es movimiento. Un par de puestos atiende a los madrugadores: se sirve café de olla y pan de menudencia; menú maravilloso ante la ausencia de otra forma de lubricar la garganta que ayer secaron cuatro mezcales de Ixcatlán y un pulque raspado como respuesta a la helada cosecha.
Mal momento para sacar fotografías.
La razón: los problemas políticos en el pueblo: hace algunos días que formalmente tomaron posesión la mayoría de los candidatos electos en el estado de Oaxaca, sin embargo aquí se impidió dicho protocolo. Dos bandos se disputan el poder. Un aire de conflicto recorre las calles y las miradas de los habitantes denotan desconfianza. Se hacen tácitos sus leves rumores; ya en la pertenencia a determinado grupo, ya en los bardas pintadas. FALP, APPO, PRD, PRI. Estos dos últimos unidos en extraña simbiosis se niegan a dejar el poder; los otros aprovechan la coyuntura para colar un poco de sus proyectos en los espacios abiertos de la estructura cuestionada.
De camino a la Iglesia el paisaje se distorsiona con cambios fotográficos que anuncian el advenimiento de lo pagano, el arco es el portal de entrada a dicha dimensión, sus estructuras lo evidencian: los escultores indios tallaron hace quinientos años una serpiente emplumada donde los artistas dominicos concibieron un delfín y disfrazaron con la grandeza de un águila la expresión triste del pelícano flagelado.
Así serán los rezos este día impaciente.
La puerta que impide pasar a la zona de rehabilitación es vieja, con un inmenso candado oxidado, pero con un hoyo en la parte inferior derecha lo suficientemente grande para conjurar la prohibición. Lo instituido y lo instituyente, según Castoriadis. Recorro los callados pasillos en ruinas. El ruido impertinente de la cámara aturde el silencio: una parvada se desprende de un árbol frondoso y la figura de un gato que aparece de pronto en el fondo del pasillo se aleja con la vibración de sus pasos miedosos. Tranquilidad para tomar asiento en un recodo limpio. Un fósforo enciende el tabaco y el sonido de su paulatina consumación es preludio a la resonancia de las campanas: hora de la misa.

Lo político desplaza a la fe, o más bien la posee, la hace suya: la reunión se aprovecha para intercambiar las últimas noticias. Lo relevante es la presentación de un conjunto de documentos que la comisión auditora de la oposición presentará en el Congreso de Oaxaca. Evidencias del despilfarro de los otros.
La luz copula con el techo de la cocina: es medio día. La barbacoa de chivo se sirve sin pausas junto con el pozol blanco o rojo (con sangrita); el consomé pintado con la salsa que usted-guste y los tacos gigantes de barbacoa con tortillas de nixtamal o trigo que se pasan con café de olla y cerveza. Al final una medida de mezcal como digestivo: ofrendas al gran templo dominico que se erige imponente justo enfrente. Construido hace quinientos años con el fin de evangelizar a esos mixtecos necios a la palabra de dios-todo-poderoso, su arquitectura es hoy concierto barroco que congrega al pueblo con los compases mestizos de Dios Nunca Muere. “Y no me importa saber / que voy a tener / el mismo final”.
El olor preso en la anforita sale lentamente en ligeros hilitos, encantada por el ritmo de aquella canción. Necesidad de girar la tapa y dejar escapar los iconos de la nostalgia.
¿Ya te agarró el mezcal hijo? Pregunta el abuelo con sus noventa y dos años de experiencia.
Se anuncia entonces el momento de caminar por el monte, de buscar reliquias, de jugar a antropólogos desnudando los antiguos vestigios, de ser niños de nuevo y encontrar el ímpetu en la búsqueda de las antigüedades y de las plantas de usos ancestrales,
de esperar la embriaguez del recuerdo inevitable.
de llegar a lo más alto de la loma y observar el atardecer rosa como tu piel (secreto que comparto con mi síntoma todos los días cuando te pienso).
Se acerca el final pues el cuerpo reclama trastabillante los tragos consumidos. Ni modo: el regreso inevitable. Advienen las lágrimas de hombres, guitarras y violines: “Guitarras, lloren guitarras / violines, lloren también”.
El sincretismo compartido fue/es/será la forma más sutil de esconder la voluntad
de quedarnos aquí para siempre…
Fotografía: ‘Puertas de Coixtlahuaca’, Miguel Juárez Figueroa, 2011
