Seis poemas sabatinos

1. Aves.

Despierto ante el concierto matutino de las aves.

El trinar, a pesar de insistente,
se desenvuelve armonioso,
como abrevando del silencio casi ausente
y encontrando la novedad en lo cotidiano.

Es mi anhelo imitar en mi vida ese canto.

2. El errante.

Goethe caminaba días enteros
impulsado por un amor imposible estrujándole el pecho

llegaba a nuevos lugares y se arraigaba
para observar insaciable la belleza del mundo

allí se enamoraba de la zagala más hermosa
hasta que se gestaba una tormenta en su alma

aquello lo motivaba a seguir viviendo.

Pasado el tiempo
—y aún con el sentimiento
a flor de piel—
lo abandonaba todo.

Después

Goethe caminaba de nuevo días enteros
impulsado por otro amor imposible estrujándole el pecho

llegaba a nuevos lugares y se arraigaba
para observar insaciable la belleza del mundo

allí se enamoraba de la zagala más hermosa
hasta que se gestaba una tormenta en su alma

y aquello lo motivaba a seguir viviendo.

Y así.

3. Vértigo.

El sol adviene y la resaca me domina:
trato en vano de taparme los oídos
ante el tirano balbuceo del delirio.

Pero mis manos tiemblan
ante el grito del error que no caduca
en las líneas de mis rasgos breves.

Entonces doy un paso en la obscuridad
y me zambullo en el pozo de mi vida.

Las imágenes se suceden imprevisibles.

El humo que aún sale de las cenizas del terruño
irrita aún más mis ojos resecos.

En el portal de la casita
la última de mis mujeres enjuga sus lágrimas
en los brazos de otro hombre.

Todo lo que pude poseer se hunde
—a manera de joya oxidada—
en un estanque negro.

Después me veo a mí mismo
en el umbral de la ventana del pasado

observando en mis adentros

la historia más horrible.

4. Cuerpo.

El espejo me devuelve un cuerpo mórbido
con grietas y cicatrices como de tierra infértil.

Mi cuerpo implora otra oportunidad.

Y yo lo perdono de inmediato
pues es lo único que poseo

y lo único que me posee.

5. Delirio.

Lowry emprendió un viaje de Nochixtlán a Tepozcolula,

para despedirse de Fernando.

Hizo una escala en las cantinas que pudo
y brindó a la salud de su amigo.

En el camino observó cactaceas
que crecían descompuestas

allende sembradíos de milpa inconclusa.

En las noches de ese infierno mexicano
los perros ladraron a las nubes apagadas.

Ya en el panteón de Tepozcolula
la tumba de su amigo yacía tan obscura
como el lugar donde yace el delirio.

6. Pensamiento.

Pienso en ti desde la cima de un cerro de Iztapalapa
(donde las serpientes de concreto
dibujan las calles grises
y donde el sol, rojo de paciencia,
se hunde lontananza en el otrora lago)

Pienso en ti
como quien espera una carta víspera de la batalla;
como quien se enfrenta a una decisión inevitable,
ansioso y confundido;
y como quien extraña hasta volver el amor
la medida de los días

Pienso en ti
y en pensar en ti se me van las horas

y todo, todo se lo traga ese pensamiento.

‘El amante solitario’. Grabado sobre metal, Amador Montes, 2008