Delirio en Mexicaltzingo

No existe mayor obstáculo para lograr la
liberación que la necesidad de fracaso.
E.M. Cioran

1

Cargo en los párpados
el peso de los libros
que he leído.

Es un fracaso mudo
y sin testigos:

el dolor de lo no aprendido.

Los grandes me han dicho
que el rechazo
modela el carácter de los hombres.

Que de allí se abreva el ímpetu
para dictar las primeras frases
de la novela autobiográfica.

He navegado con esa bandera
sin otra intención que aprender.

Pero sólo hasta ahora,
que estoy sumergido
en lo más profundo,
dimensiono la magnitud de mi error.

De nada sirve hacer apología
de los escenarios dantescos.

El enclaustramiento
en las bibliotecas,
y la baba metafísica
de los manifiestos existenciales,
otorgan pistas
pero son insuficientes.

Y aunque está doliendo,

entiendo que no hay opción:

hay que vivir para aprender.

2

Me despierta la pesadilla
del pasado,
la nostalgia del año que se acaba.

Respiro desaforadamente

y un ardor me indica
que el corazón sigue latiendo,
que hay órganos debajo de la piel:

sistemas que no paran
y funcionan sin descanso.

Me asomo a la ventana:

la vida es el terreno de la muerte

y sólo poseemos el cuerpo para hacerle frente.

Es víspera de navidad
y el alma del pueblo mexicano
vaga en forma de tristeza por las calles.

Pero la tristeza es una enfermedad hija de puta.

Un estado que corrompe:
porque la gente que sufre
no tiene por qué ser buena.

Intentaré sacudirme este absurdo sentimiento:

no cuestionaré más la mano tiránica del azar,
ni agacharé la mirada ante los ojos
contingentes de la vida.

Resistiré.

E intentaré estar preparado.

3

Le ofrecí a una mujer
revirar en mi incipiente
misantropía,
amar ciegamente a los otros,
domesticarme y escarbar
hasta encontrar el oro refulgiendo
en la piedra negra.

Pero me rechazó,

porque la locura
amenaza lo permitido.

Por eso, cuando el soñador
se olvida de sí mismo,
y camina hasta el borde del precipicio
para otear lo más profundo,
genera desconfianza y miedo.

Nuestro mundo valora más
la apariencia que la virtud,
y el éxito que la franqueza.

Yo he llegado tarde,
pero ya no soy un ingenuo:
uno no puede vagar desnudo
por el infierno cotidiano:

sólo mostraré mi rostro infecto
a la soledad:
al espejo solicito de las madrugadas
de silencioso pensamiento

Entrenaré la paciencia y la templanza
sin esperar nada de nadie
ni suspirar ante lo que pudo haber sido.

Me limitaré a amar
como se ama la sustancia
inefable de la música.

Seduciré al presente
gozando a los que me acompañen
en el camino que recorro.

Una senda de vino, perros, fiesta,
amistad, desmesura y placer.

Una senda que nadie más ha recorrido.

Mi propia senda.

Imagen: ‘Mano Negra’, Rafael Coronel