Barro Mestizo

Desayuno en el Barro Mestizo
—calle de Tacuba esquina Palma—
me postro frente a la ventana,
y observo el vaivén imprevisible de personas:
me detengo en las miradas
que son todas como un crisol de historias:
cada una diferente luz de sueño, amor, necesidad.

Llega el desayuno y obtengo dimensión
del tiempo y el espacio:
poca fuerza me resta para hacer frente
a la rutina laboral
(ese cuchillo de misterio indescifrable
que destaza el ímpetu)

Aguzo el oído ante el barullo de la gente
y filtro el grito de los jóvenes
que expenden mercancías en las aceras:
los aprecio poco a poco
a través del matiz de sus pregones.
¿Cuál será la fuente de ese brío?
Tal vez la inocencia de los niños,
la piel de las mujeres,
o las manos de la madre santa
amparada bajo el manto del terruño.
O acaso la simple inercia de la vida,
ese vigor del estómago vacío
donde habita el odio
y la humana intención de ser mejores.

Los vendedores se comunican
a través de radios: se cuidan del Estado
y su toro de poder que embiste
y arrebata lo que niega,
pero ellos lo evitan con el trino
de sus bocas
que traspasa el asfalto en señal de alerta.
Y echan a la espalda la esperanza de existir.
Y corren. Y desaparecen a pesar
de la falsa alarma, pues saben que la calle
los cobijará de nuevo
en su regazo elástico-ilusorio.

Salgo del Barro Mestizo
y camino observando de reojo el movimiento
ya la fuerza la he obtenido:
lidiaré con la bestia a mi manera,
muy a pesar de todo

tal y como lo hacen en las calles…

‘Ya se acabó el desmadre’, Carlos Santa Cruz, 2013