Insomnio. Jaime Labastida.

¿Qué ofrece, en el hondo agujero
de la noche, como un postre podrido,
el insomnio feroz? ¿Qué oscura piel
se adhiere a la piel de la conciencia?

El sudor llaga adentro, la frialdad
paraliza. ¿En dónde está, de dónde viene
ese ruido tambor golpeado por dedos
amarillos? ¿El corazón? ¿La sangre
y su viaje contra esclusas, martillo
seco en la pared de carne? Sólo un ruido
incorpóreo, atrás, en el esófago.
Ni el lejano motor de las campanas,
ni el ruido breve de la catarata.
Sólo el rumor confuso del oxígeno
que pasa por la tráquea como una nave
oscura. Hay franjas de luz
y hiel sobre los cuadros.
Atraviesa la noche un perro
adánico de garras, tal vez el primer
perro que muerde inexorable la conciencia.
¿Qué escarba así, qué busca, por qué
remueve la basura y la memoria?
Escucho el azadón y el gallo
que horada la penumbra. Vuelve
el silencio hasta mi oído atento.
La sábana está tensa y sin aurora.
¿Nunca terminará el camino
áspero y sordo de la noche?

Sueño otro día, un viento azul, un mundo
que he olvidado. Una sonrisa me extrae
del pozo largo en que he dormido.
Sangro en la luz, el tiempo se deshace.

Nubes lejanas cierran
montañas y horizontes.

‘El cuarto vacío’. Óleo sobre tela, Arturo Rivera, 1995