La flaca

Podría invitarle una piedra a la Flaca. Va por Viveros y la veo a una cuadra. Camina con el andar del abstinente: la espalda descubierta, huesuda. Se me despierta la obsesión. Podría decirle que le invito una piedra para ella y una Cañota’ de Oro para los dos. Huachiringa con refresco de naranja que no otra cosa se bebe en las calles. E irnos a los ejidos, al parque Valentín Campa, y allí atorarle todo el día. Pero no puedo: ya no sé mojarme los labios: me atasco, me pierdo, me estrello o quiero putazos. Paso de largo en la bírula y de reojo alcanzamos a sonreírnos, su piel bronceada de asolearse en la calle, los brazos famélicos y las tetas pequeñísimas apenas intuidas. Acelero e intento despejar la mente…

No la conozco pero le llamo la Flaca. Sé que consume piedra porque la he visto en el escuadrón del Reloj y en las inmediaciones del punto de Santa Cecilia. Es escandalosa y mal hablada y una vez que me la estaba curando por esos lares, de algún lado alguien le llamó por un nombre que no recuerdo y ella contestó que ahorita vengo, putos, voy por una piedra. Recuerdo que apenas pasaba de medio día, porque una señora iba cruzando con dos niños de la primaria. La luz y su desparpajo, y su caminar de niña alegre hermosa…

Un pedaleo y después el otro y de pronto el mercado de Santa María. La sequedad en la boca por la obsesión: y en la mente la piel, los hombros, la espalda descubierta y el andar abstinente… Acaso un jerez en el puesto de jugos. Sólo uno y ya pero mejor no, porque si bebo voy a querer ir a buscarla y ya no la voy a encontrar, y después voy a beber más… Y entonces me voy a atascar, me voy a perder, me voy a estrellar o voy a querer putazos… Mejor un vampiro en lugar del jerez mientras escribo esto en el celular… Sí, que se despeje de la mente la obsesión… Y después a seguir rodando…

Foto: Antoine d’Agata, Zona Roja, Nuevo Laredo, México, 1991