i.
Querido Arthur:
ayer revisé mis álbumes fotográficos.
Me excuso. Lo que pasa es que tengo la manía de hurgar entre mis fotos de vez en cuando. Las repaso con calma para ver si de casualidad encuentro el momento en que se pudrió todo.
Bebí demasiado un día antes, pura cerveza; así que tenía un jodido dolor en las manos. Imagínate que escuchaba el rechinido de mis articulaciones; justo como cuando recargaba mi cabeza en las rodillas de ella y dejaba volar mi imaginación sonora. En honor a ese razonamiento apoyé el gran álbum sobre las mías para descansar y pasar las hojas lentamente. En realidad esperaba que el azar intrigara contra mi persona.
Encontré una foto suya. Observé su rostro, hermoso rostro: facciones perfectas, ojos inmensos y cejas pobladísimas. El síndrome de abstinencia le hizo cobrar vida. Sus cejas se fruncieron y comenzó a insultarme. Toda serie de insultos y reclamos sobre el pasado, lo no hecho y el tiempo desperdiciado.
Sabes que soy un cobarde. Así que agaché la cabeza y me flagelé cual católico pusilánime. Me aguanté y escuché lo que pude pero la culpa me quemó las manos y aventé la fotografía al piso.
Injurié el recuerdo.
ii.
Los recuerdos son como las gusanos que invaden los cadáveres de los perros muertos en las calles. Surgen de la nada y carcomen lentamente.
iii.
Todo esto para decirte que anoche senté a la culpa en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié.
Fotografía: ‘Mirada’, Miguel Juárez Figueroa, 2011
