Ayer se murió «El Borrego»

i.

Bukowski habló de él en varios de sus libros: Don-Carlos’, el borrego; era el perdedor del barrio, el eterno asalariado que trabajaba para mantener a su esposa y a la niña que dejó abandonada su hijo el loco’. Mi amigo vestía siempre de obrero a pesar de su edad. En aquella vestimenta sobresalía su casaca azul con un logo de luzyfuerzadelcentro’ en la espalda, la cual era confidente de sus mil oficios y acompañante fiel de la jornada a pesar del cuerpo cansado y de la vista eternamente débil. El buen hombre fumaba una cajetilla completa de cigarros delicados al día. No sé si por esta razón, los bigotes que le rozaban la comisura de los labios habían adquirido un tono amarillento. A pesar de esto tenía un agradable aliento como de madera vieja. Le decían borrego por el color de su cabello. Otros apodos que tenía, casi todos obra de mi padre, eran ovejo, cordero, cabecita de algodón, miguel-hidalgo y ainstain.

Hoy lo enterramos. El llanto de las mujeres, el ambiente misterioso del panteón del barrio y la imagen de la caja dirigiéndose al hoyo cavado lubricaron mi memoria. Recuerdo cuando el borrego me enseñó a jugar carámbola tres bandas. Cuando él ganaba, que era casi siempre, su rostro se ruboriza mientras saltaba como niño y todo en él era triunfo (inefable pero triunfo al fin y al cabo). Me gustaba verlo sonreir de esa forma. Recuerdo también cuando conocí a sus amigos de la fábrica de muebles médicos. Fue un doce de diciembre, en la fiesta de la virgen que está en la esquina de mi casa. Todos sus amigos eran jóvenes, él era el único viejo y sin embargo nadie lo respetaba: lo albureaban y se burlaban de él, algo así como bullying laboral. Todos bebimos ese día a la par, con prisa, como bellamente suele hacerlo la clase obrera, hasta quedar completamente beodos. Recuerdo también que el borrego solía preocuparse por mi manera de beber. Yo tenía como 15 años. Me cuidaba tanto que le agarré cariño, el suficiente para corresponder su preocupación, el suficiente para tratar de persuadirlo de que ya no fumara, de que ya le bajara. Pero nunca me hizo caso. Siguió fumando y bebiendo desaforado hasta que se infartó.

El condenado agüantó el infarto. Regresó a la calle famélico y triste. Sin su eterna casaca azul de electricista sino con una vieja piyama gris. Imposibilitado para el trabajo. Ya no era el mismo. Ya no fumaba sus delicados de la misma forma. El fin era inminente.

ii.

Ayer se murió por fin el borrego, el último viejo amigo del barrio que recorrió incansable la senda del perdedor.

Veo sus huellas en dicha senda…

‘Maleonn’s Photo Studio’ , Autor: Maleonn, 2011

Deja un comentario