Rústica, distraída,
siempre al acaso,
canturrea la vida
como remanso.
¡Oh mi dolor!
Ni adoro a una zagala,
ni soy pastor.
Taimado intento volver
a las edades de oro:
taimado no puede ser,
y dolientemente lloro
entre ansia y merecer.
Yo no sé como no fui
algún pastor de la Arcadia.
Astro adoro desde aquí
que, a los reflejos que irradia,
brotan las quejas de mí.
Amo el acento de las
dulces trovas que Dionysos
cantaba, siglos atrás,
mientras los chivos sumisos
iban danzando al compás.
Me place la ingenuidad
de las canciones añejas
que dicen: «Por caridad,
oh dioses, a mis ovejas
trigos y pastos les dad.»
Y sólo trato conmigo
los secretos que me digo.
Y sueño que tornaré
a la que causa mi empeño
venturosa edad que fue,
y ved aquí lo que sueño
y que siempre soñaré:
Constante sueño en volver
al rebaño y las campiñas,
y en ir a Baco a ofrecer
que, cuando fruten mis viñas,
vendrá conmigo a beber.
Sueño que el fausto real
olvido por las cabañas,
y que divierto mi mal
soplando las siete cañas
del caramillo rural.
Y sólo trato conmigo
los secretos que me digo.
Y a lo que pide mi amor
ningún capricho se iguala,
que es mi deseo mayor
cortejar a una zagala
disfrazado de pastor.
Rústica, distraída,
siempre al acaso,
canturrea la vida
como remanso.
¡Oh mi dolor!
Ni adoro a una zagala,
ni soy pastor.
Fotografía: ‘Trigo’, Miguel Juárez Figueroa, 2010
