La ilusión, fauno, escapa de los ojos azules.
Stéphane Mallarmé
I.
He escuchado el cuarteto en sol menor de Grieg
en la fonoteca nacional,
y un poder se concentra en mí
gestando una potencia.
La música invoca entonces la ilusión supuesta
del sueño agreste.
II.
La observo caminar
por una llanura de floresta,
y detenerse en la orilla de un estanque,
como queriendo reparar en el reflejo
colorido de las flores.
Su cuerpo pareciera
conspirar contra el tiempo a cada paso,
a modo de obligarlo a formar
una escultura contingente.
El perfil de su rostro
deviene una imagen tersa,
indiferente;
como la Ophelia de Waterhouse,
que mira con sus ojos azules
—aura indescifrable de notas de cobalto—
el paso impasible de las horas.
El poder del Romanze de Grieg
dibuja surcos de voluntad en mi pecho
y me atrevo a evocar el diálogo.
Al escucharla lo constato:
cada palabra dicha enriquece
el timbre de su voz;
a manera de la acústica paciente
de una joven sala de conciertos.
Me dice que es flautista,
y yo la observo
en el recodo de un árbol solitario
—con esa posición sempiterna
de una mujer sosteniendo la flauta traversa—
acometiendo la mañana de la suite Peer Gynt.
III.
Termina la ilusión de los ojos azules
y me quedo solo
con la música y la certeza
de que no se puede vivir sin amar
que se mueve dentro de mi cuerpo
con la impredecible insensatez
de un banco de peces en peligro.
‘Ophelia’. Óleo sobre lienzo, John William Waterhouse, 1889
