Los motivos del Ensamble Kafka

Motivos del escucha

Escucho por enésima vez el primer disco del ensamble Kafka. Intento hacerlo sin prejuicios, dejando que la música corra libremente por su caudal inefable. Conforme el disco avanza me viene a la mente «Una pequeña fábula», breve relato de Franz Kafka en el que un pequeño ratón —el personaje principal— de frente a una trampa, y acechado por detrás por un hambriento gato, dice: «¡Ay! El mundo cada día se hace más estrecho». Y efectivamente, ni el optimismo más recalcitrante podría negar que de cierta forma el mundo se reduce cada día. Intento concentrarme y me zambullo en las notas como si lo hiciera en una historia, y constato poco a poco que hay actos que no estrechan el mundo, sino que lo expanden, haciendolo más llevadero. Y uno de ellos es sin duda el acto de escuchar música.

Hace ya un par de meses que conocí a este ensamble. Fue en una de las dos presentaciones que realizaron en su visita al Distrito Federal (pues residen oficialmente en la capital oaxaqueña). No asistí en ceros, ya que estaba enterado de algunas cuestiones básicas sobre esta agrupación: por ejemplo, que se habían conformado después de que Álbino Álvarez le encargara a Steven Brown —quien tomaría desde entonces la batuta del proyecto— componer la música para el documental «El informe Toledo». Que la única condición que había puesto el cineasta había sido la de omitir el uso del piano y el violín, lo cual explicaba la paleta instrumental que ponderaba los instrumentos de viento (saxofón, clarinete, tuba, trompeta y trombón) más las cuerdas de Julio García (guitarra, bandolón y requinto). Y que el producto de todo ello había derivado en un sonido ecléctico que se nutría sobre todo del crisol cultural heterogéneo del estado sureño.

Así es que llegué temprano a la Fonoteca Nacional ante el riesgo de que la presentación luciera abarrotada. Y así fue, pues desde muy temprano una larga fila anunciaba que la sala principal se llenaría rápidamente. A pesar de eso, alcancé un buen lugar, suficiente para apreciar desde allí a los músicos y sus instrumentos. Antes de iniciar el concierto el tema visual había llamado mi atención. Sobre todo por la presencia de la tuba (sousafón) que otorgaba al escenario ese rostro propio de las bandas de viento oaxaqueñas. Pensé, al observar la dimensión y la forma de ese instrumento —el cual siempre me ha maravillado—, que perfectamente le hacía honor al mundo literario del escritor, pues bien podría asemejarse a un insecto, un monstruo subido al escenario que con su sola presencia advierte al espectador de la aparente ficción que está por gestarse. Entrando en materia de las obras que conformaron el espectáculo, diré que la interpretación de los instrumentos fue acertada, en conjunción con la propia composición que ya había logrado equilibrar la participación de cada uno, permitiéndoles intervenir cuando el motivo musical o el momento de las piezas así lo exigiera. La impresión que obtuve, al finalizar el concierto, fue que a pesar de que la música abrevaba de estilos tan diversos como el jazz, el minimalismo, la música experimental y popular; el producto final estaba dotado de un sello propio, novedoso, raramente comparable con otro tipo de ensambles; lo cual en su conjunto permitía concluir que habían logrado uno de los cometidos de cualquier agrupación musical: esto es, conmover al escucha mediante una propuesta dotada de una singularidad armónica y tímbrica.

Motivos kafkianos

La primera pieza, «El Cangrejo», de Julio García, es digna del preludio de un bestiario: un ser que se transforma y que va evolucionando paulatinamente: el trombón y la trompeta parecen dirigir el camino de esa peculiar evolución, como en una especie de viaje. El «Alumbre», concentra la tensión del espectador del fuego artificial, como una marcha tensa que da pie al asombro, a lo imprevisible, y que se representa en los rutilantes ojos de un niño observando con embeleso una función circense. Después el movimiento de inefables criaturas realizando un ritual, tal vez de cortejo o de fiesta, de muerte o advenimiento de la vida. A continuación «La Bateleur», un notable arreglo de Julio García de una obra para guitarra de Tomás Marco. Luego «Equis 2», como un atisbo, un puente a modo de alargamiento, hacía la alegría y desparpajo de «Frevo» (arreglo de una pieza de Egberto Gismonti) que sin embargo se muestra pensativa hacia el final, como dando pie a la concentración y al ímpetu previos a la fiesta, y que están contenidos en «La Palmera Encendida».

En seguida, un intermedio representado por «Luces» que aluden a la energía de la fiesta, para después dar paso a la introspección con «Luna Una», a un dejo de nostalgia inevitable, una ensoñación de estar a la altura de una montaña, observando las nubes a lo lejos, inmerso por completo en uno mismo. Después un tránsito con «Mediu Xiga» (pieza ismeña), un giro imprevisible, como el que la existencia puede dar en cualquier instante; un encuentro, un viaje, una plática, un trago de mezcal que otorga sapiencia y lucidez (como el que introduce de lleno de la condición simiesca a la humanidad en el «Informe para una academia», de Kafka). Después, el inevitable fin, con la que es a mi juicio la pieza más agresiva pero también mejor lograda: «Pajar 2.2.»: un trombón extasiado, un monstruo introduciéndose en una selva, zambulliéndose en el misterio, renunciando a sí mismo y depositándose en la noche y su caterva de seres misteriosos, anunciando la inevitable tormenta y el final-inicio de una nueva historia. Una verdadera Walpurgis Nacht Kafkiana.

Motivos de celebración

Hay varios motivos dignos de celebración. En primer lugar, el liderazgo de un músico como Steven Brown, quien a pesar de ser polémico dentro de la escena musical oaxaqueña es, sin duda, uno de los compositores extranjeros —junto a Michael Nyman— más notables que han fincado su residencia creativa en México. Es de celebrarse la manufactura de los músicos miembros del ensamble, y la retroalimentación que llevan a cabo con el taller de composición de Victor Rasgado en el Centro de las artes de San Agustín (CaSa), además de el vínculo constante con el Centro de Capacitación Musical y Desarrollo de la Cultura Mixe (CECAM).

Efectivamente: uno a veces se siente como el ratón del relato de Kafka: entre una trampa y la rapidez del mundo, que parece engullir hasta a las voluntades más resueltas. No hay lugar para el optimismo. Nunca lo ha habido, tal vez. Pero al escuchar este disco uno es capaz de salir a la calle y sonreír, como una forma de oponerse a la estrechez del mundo, y hacerlo un poco más habitable.

Imagen tomada de internet

Deja un comentario