El Charbel

Al laurel aspiro. ¡No, no me resignaré!
Hölderlin

I.

Bebo en el Charbel

lo absolutamente necesario

y los poemas de Luis Ignacio Helguera
cimbran, sacuden.

Ignoro el espejo
—a mí una mujer me cercenó en lo helado—
y desde entonces evito
los parámetros del rostro.

Mis amigos
me descubren destruido:
las cicatrices son motivos del tiempo,
pequeños ratones
que se hacinan en una cajonera.

Bebo vodka y tequila blanco
y un aura de pesadez
gobierna mi semblante.

Me pregunto sobre
la naturaleza del azar
y concluyo que lo podrido
no goza de su podredumbre.

Todos nos estamos pudriendo
y no es mejor ignorarse,
tirarse en caída libre.

Pero así suele ser.

II.

Manejo ebrio mi bicicleta
por el barrio del Pedregal de Carrasco

zigzagueo, pero me mantengo en pie.

¿Qué me ha pasado?

Me he enamorado perdidamente
para sufrir el amor imposible

como un romántico.

He tocado fondo, he bebido
hasta el colmo del delirio

como un romántico.

Y en la soledad de mi cuarto
esa mujer ha vuelto

ambigua;

como una palabra dándose
llena de reminiscencias.

El silencio ha sido
en realidad
el grito de mi madre
ante mi cuerpo frío
ya sin alma.

Trastabillo en el puente

de la ENAH,
un par de chairos sonríen;
hay conmiseración
en sus ojos.

—a mí una mujer me cercenó en lo helado—

El viento de la tarde
acaricia mi rostro
y reparo en la necesidad
de gozar y hacer gozar.

No está mal
ser un hombre falible:

que se equivoca, arrepiente

y vuelve a equivocarse.

Si uno no se resigna, como pedía Hölderlin.

No está mal alimentar expectativas
de castillos de naipes
y derrumbarlas con un soplido

si uno no se resigna, como pedía Hölderlin.

No está mal fallarle al hijo
dejando de ser el héroe.
al hermano menor
escupiendo en el ejemplo a seguir

o darle la espalda al terruño

si uno no se resigna, como pedía Hölderlin.

III.

Llego a casa a Villa Panamericana
mi mujer ha preparado café para el
pan de muerto.

Observo sus hermosos ojos
cristalinos

le digo que ella es mi cierva blanca de un sólo sueño

—no le digo que a mí otra mujer
me cercenó en lo helado—

Imagen: ‘Espejo’. Óleo sobre tela, Luis Filcer

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