Carne es la palabra

Cien años han pasado desde la publicación de Meditaciones del Quijote, obra donde Miguel de Unamuno acuñaría uno de los planteamientos nodales de su filosofía: «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo». Frase que no por manoseada ha perdido vigencia para describir la universal dicotomía del hombre: somos seres individuales y a la vez entes colectivos inscritos en un contexto del cual no podemos prescindir (Marx diría que de antemano estamos definidos por ese ser social que determina nuestra consciencia). Así, nos vemos en la necesidad de hacer frente a un mundo hostil y complejo, independiente de nosotros y al cual no elegimos venir. La frase se potencia en nuestros tiempos, donde las posibilidades de “salvación” son vagas ante la incertidumbre producto del incendio de las viejas promesas de la modernidad: el trabajo, el bienestar social y la representación política constituyen meras ilusiones que provocan una sensación de parálisis hacia la mayor parte de nosotros: náufragos en un inmenso mar de información que nos exige ser y consagrarnos con rapidez: llegar a puerto lo antes posible.

Lo cierto es que, a menos que optemos por el suicidio o la abstracción apática, no podemos evitar ser, ni tampoco cerrar los ojos ante nuestra circunstancia. En ese sentido, estamos obligados a intentar “salvarla” a ella para “salvarnos” a nosotros. Entendiendo salvación no bajo la connotación judeocristiana sino bajo la álgida de la resistencia: salvarse es resistir, vivir es resistir. Así, en dicha pretensión nos creamos y destruimos a cada instante, bajo la siempre justificada voluntad de “estar bien”, de ser mejores, de ejercer el amor, de gozar y hacer gozar. En el marco de lo que Diógenes de Laercio proponía: «Vivir no es malo, vivir mal sí lo es».

La palabra no escapa tampoco a su propia circunstancia, pues adquiere nuevos matices y formas, como inevitable espejo de su tiempo. Sigue allí, viva y palpitante: a veces desenvolviéndose en segundo plano ante el vaivén de imágenes que abunda por doquier; a veces crítica e inspirada cuando es ejercida por el filósofo o el poeta. La palabra es, entonces, acción o rebeldía, pensamiento o creación, propuesta de existencia o extrañamiento del mundo: materia prima de quien piensa o crea con palabras. Y esos dos elementos, pensamiento y creación, apunta el filósofo Giorgio Agamben, no pueden más prescindir el uno del otro, sino intentar fusionarse, regresar a su estado primigenio: «Una obra critica o filosófica que no mantenga de algún modo una relación esencial con la creación esta condenada al vacío, así como una obra de arte o de poesía que no contenga en sí una exigencia critica está destinada al olvido».

La plaquette Luminiesencias, de Abel Rubén Romero, se ajusta perfectamente al esquema anterior, pues constituye pensamiento y creación. Es, en sus dos primeros capítulos (Carne es la palabra y Rasguños) postura y propuesta que mueve a la reflexión ante nuestros tiempos de hostilidad y angustia; mientras que en el tercero (Sitios familiares) creación que con-mueve, que sacude las entrañas y el corazón. Todo esto realizado mediante un ejercicio artesanal de maridaje de las palabras, como si el poeta se concibiera un alfarero que persigue modelar la más preciada de las vasijas. Esto es, sin desbocarse acudiendo a experimentaciones abstractas propias del nihilismo contemporáneo que toma para sí la bandera de la vanguardia artística, sino apelando a un lenguaje sencillo, como si el autor tuviera clara la necesidad que tenemos los lectores trasnochados de sopesar nuestra existencia a través de un ejercicio de tranquilidad y contemplación interior que nos permita apreciar mejor la magnificencia de la mundo.

Carne es la palabra, la primera parte de la plaquette, inicia con un diagnóstico poético de nuestros tiempos:

Ira de polvo
brisa abrasada
pies gotarena
oceánica paz

Tiempo maníaco
sitio en coma

i n a s i b l e s o p l o d e l e n g a ñ o

Para continuar con la inevitable toma de postura que tiene que ejercer todo aquel que ha analizado el mundo (pues de lo que se trata es de transformarlo, según Marx). Abel no opta por el factible recurso del pesimismo, sino por una reivindicación, de nuevo, del hombre individual: ése que se esfuerza por vivir tomándose a sí mismo como materia prima para hacer frente a la circunstancia que le ha tocado experimentar, llevando su apreciación de la misma a su propio terreno, el de la poesía.

Y E N E S A I N M E N S I T U D

pierdo

me

y

hallo

bebo

me

y

vivo

¿Y bajo qué medios se propone realizar lo anterior? Mediante la palabra que es carne; mediante el cuerpo que es carne. A través del cuerpo como única certeza que podemos medianamente poseer para hacer frente a la violencia del poder. Mediante la palabra como arma, como mecanismo de acción de ese cuerpo. Logos y carne del hombre, del poeta que no predica mediante el panfleto de la militancia ortodoxa sino a través del individuo que lo hace en un campo solitario, esto es, para sí mismo; no importando si ese campo es lúgubre y sucio, trágico o lastimoso:

El poeta no es hombre si no se estiércol
si no se fango
si no se bestia
si no se humo

En la segunda parte, Rasguños, el autor desparrama lo que más bien parecen ser Ladridos de perro-haiku que acude al humor, la ironía y el desparpajo para expresar la tiránica entropía:

Detén el tiempo
déjame contemplar
que todo muere.

O una vindicación de la vida contemplativa sobre la antagónica vida activa que nos exige movernos con rapidez y tomar parte sin siquiera pararnos a meditar nuestro lugar en el mundo.

Pasó la vida
un día que yo estaba
muy ocupado.

O la risa misma que se ejerce de forma estentórea, y que va dirigida a uno mismo y a los muros que se han gestado en frente de nosotros y que pretenden anular nuestra libertad:

No dimití,
ocurre que el planeta
no es tan pequeño.

Hasta aquí la poesía del desorden y la reflexión, para dar pie a la tercera parte, Sitios familiares, la cual busca dotar de un poco de tranquilidad al caos planteado en los apartados anteriores. Y que suma al cuerpo aquello que lo potencia y lo dirige hacia la conciliación con la otredad: el amor y el sexo. Cuerpo y otro. Cuerpo y amor. Porque el sexo es cuerpo, órganos que se descubren en un proceso paulatino, mediante forma y contacto, sensación y sentidos. Porque el sexo implica cuerpo: placer de frote y olores, de sudor y sabor de coyunturas que posibilitan el entendimiento, la unión de los contrarios, la posibilidad real de ser uno solo a través del otro.

Decirnos diferentes
aunque otros parecidos:
el mismo beso
de las fauces milenarias,
otro par de rostros
engullendo el espacio,
similares saetas
en los ojos de siempre,
pero en el privilegio único
de nuestras irrepetibles bocas.

Los versos de esta última parte, acaso los mejor logrados, se esculpen mediante el mejor cincel: el de la sentimentalidad amorosa. En el marco de la famosa frase de San Juan de la Cruz: «No se puede vivir sin amar». Y es que si la poesía es vida, los mejores versos siempre serán los versos concebidos bajo el inefable manto del amor. Lo relevante, sin embargo, es que la sentimentalidad de Abel no es la de las ciervas blancas ideales —a las cuales el hombre que aspira a cínico observa con desconfianza—, sino la de los cuerpos copulando en hoteles de paso; y la de la carne (la hombría del poeta) que se enfila con la vehemencia de un «coyote hambriento», o con la rabia de un «toro» en el umbral de la muerte.

Recostada, con piel fresca
(presa de mis ansias,
carne de mi pecho),
enfilo mi hambre hacia su afán,
y una vez húmedo hasta el aire,
me sumerjo para explicarnos
con el sismo oscilante de los cuerpos.

Luminiesencias, en fin, se perfila como apenas un eslabón de una serie de textos que Abel Rubén Romero nos debe de mostrar en un futuro —y no creo que tenga problema con ello— donde nos permita constatar de nuevo que si la literatura es conflicto y éste es desorden; que si el desorden es vida y ésta es palabra; la carne estará indisolublemente vinculada a la palabra, y viceversa. He aquí, pues, la creación/pensamiento de nuestro autor, que busca no quedarse en una mera interpretación/sentimiento del mundo, sino también en una propuesta para transformarlo.

luminiesencias_abel_romero_presentacion

Imagenes de la portada y cartel de la presentación

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