Qué soledad más triste la del sobrio
Francisco Hernández
Qué daría yo por tener la valentía:
el garbo tenaz de un chocholteco,
para huir de esta sobriedad que atraviesa
mi cuerpo como bala loca.
Y caminar como los antiguos románticos:
atisbando al mismo tiempo
la esperanza en el azul del cielo,
y la incertidumbre
en la indecible negritud de los barrancos.
Ceñirme a los caminos:
observar la sombra de las aves de carroña
en la tierra seca,
y escuchar el momento
en que el silencio cede la estafeta
al repicar de muerte que transmite el viento.
Desprenderme de esta sobriedad
que me horada los huesos,
y enfrentarme a la soledad a cuestas
sin explicación alguna
y gritar, desde allí,
el nombre de la mujer que me hizo añicos:
gritarlo hasta encontrar lo absurdo
de la voz y las palabras,
del sufrimiento y la nostalgia,
del pasado y del amor.
Y otear, por fin, el horizonte inalcanzable
de la mixteca alta
en el colmo de la fiesta patronal
de San Miguel Tequixtepec.
Guarecerme en la cantina más sombría
bajo el calor de regazo de madre
de treinta y cinco copas de mezcal.
Trastabillar delirante por la calle desierta
hasta dar con el lugar donde
yacen los que sufren de verdad:
y recibir de ellos
sólo miradas de perfecto desprecio
que constaten que apenas he trastabillado un poco
que apenas me he podrido la mitad del rostro.
Qué daría yo por tener el mínimo de fuerza
para acometer ese viaje;
por huir de este baile de máscaras
que me sueña despierto,
de este insufrible festival de hachazos
que destaza el ímpetu.
Pero todo son hubieras:
no hay arrestos este día
para alejarme de todo
y celebrarme a mí mismo.
*Hay en este delirio homenajes a Gonzalo Rojas, Malcolm Lowry y Max Rojas
Imagen: ‘Perro semihundido’. Óleo sobre revoco, trasladado a lienzo, Francisco de Goya
