Diez libros que han cambiado mi vida

1. Bajo el volcán, Malcolm Lowry. Viaje infernal. Hacia uno mismo y hacia los otros. Batalla de existencia con el amor como engranaje, y el mezcal como corolario. Sublimes descripciones de zonas secas y lúgubres barrancos mexicanos. En el contexto de la fecha que desde siempre ha levantado mi fascinación: el día de todos los santos. Interpretación de la nación mexicana. Esbozo de condición humana y de la lucha, siempre justificada, de cada hombre por ser mejor a pesar tener todo en contra. Riesgo de confundir realidad con ficción. Mi caso: el de identificarme con el personaje —¿a quién no le ha pasado?— e involuntariamente imitarlo. Enseñanza política: la resistencia.

2. Doktor Faustus, Thomas Mann. La música, la política y la literatura como hilo existencial y creativo. Dialéctica de hombre individual vs. hombre social que establece un vínculo crítico hacía cualquier forma de anhelo colectivo. La música como el lugar de la posibilidad. Recurrencia a personajes falibles —humanos, aparentemente condenados por el error— que logran redimirse mediante un mito fáustico suavizado. Seres desvalidos que encuentran esperanza aun en los escombros.

3. Ensayos, Michel de Montaigne. El conocimiento de uno mismo como motivo de escritura. Y el tránsito por ese camino, siempre espinoso, sin más armas que el cuerpo y el pensamiento. Reflexión crítica/estética que me descubre en su faceta primigenia un género literario: el ensayo. En el cual, junto a la crónica, me siento a gusto en mi incipiente ejercicio como narrador.

4. La escultura de sí, por una moral estética, Michel Onfray. Apología del autodidactismo. Del ímpetu sin prejuicios —ni dictados sobre caminos ya trazados— hacia el cambio y la transformación. En primer lugar de uno mismo. Militancia autodidacta también. Lo leí cuando me topé de frente con estructuras de poder en la academia. Me ayudó a no someter mi escritura ni en la forma ni en el fondo. Preferí darme la vuelta y lanzarme hacia el vacío.

5. El maestro ignorante. Cinco lecciones para la emancipación intelectual, Jacques Rancière. Reconciliación con algunos de los planteamientos del marxismo que adopté como dogma durante mi juventud. Que es decir, vuelta al ímpetu que impele a la indignación ante el poder y la injusticia, pero sin idealizar la utópica revolución. Militando silenciosamente. Soñando silenciosamente. Esto es, sin maestros ni consejeros; como aquella frase de Thoreau que también me transformó: «no hay en el mundo nadie, por más canas que peine, que pueda ayudarme con su ejemplo o consejo para vivir mi propia vida de forma digna y satisfactoria.» Insisto: sin la baba metafísica de esos letrados que jamás se equivocan, como apunta Gonzalo Rojas.

6. La senda del perdedor, Charles Bukowski. Vindicación del barrio, del nacimiento contracorriente. Perfecto envase para quien proviene del desorden, de la indisciplina. Confidencia literaria-alcohólica. Diálogo casi terapéutico que descorrió el velo que me impedía observar las incongruencias y estupideces de las expectativas contemporáneas: la trascendencia, la religión del trabajo y el dinero.

7. Pedro Paramo, Juan Rulfo. Primera lectura literaria en serio. 17 años. Más ignorante que ahora. Con más arrestos que ahora. En ese entonces yo también andaba a la búsqueda de mi padre: en un pueblo rulfiano de igual forma: con su oscuridad, con sus cactáceas inefables, con sus insectos y silencios insensatos. Había ido a la patria buscando respuestas. Llevando conmigo una botella de mezcal. Y ese libro.

8. El escritor gonzo, Hunter Thompson. El mayor manifiesto que he leído sobre el oficio de la escritura. Que llegó a mi vida justo cuando más desencantado me encontraba del concierto de mierda del círculo literario, de los circunloquios de sus aspirantes, de la ansiedad de la publicación rápida, de la pretensión de editores y críticos.

9. Poesía completa, Jorge Luis Borges. Poemas que no sólo cambiaron mi vida, sino que la caracterizaron, la asilaron en su molde. En la forma en que me vinculaba con las mujeres y mi entendimiento del amor, sobre todo. Creo que eso fue lo que hizo Borges con su poesía: zambullirse franco en el caudal indecible del amor. Diré que amé a un par de mujeres bajo la rúbrica de La cierva blanca, por ejemplo. No me arrepiento de ello a pesar de que —faltaba más— fracasé rotundamente.

10. Silvestre Revueltas por él mismo, Silvestre Revueltas. Constancia epistolar de vida. Cartas de amor como muestra del colmo de lo privado, de la entraña real de un hombre visceral y rebelde. Muestra fehaciente de la vida de un músico ejemplar. Alcohólico radical, se comió la vida a dentelladas y se la terminó con prontitud. Vivió con la valentía que a mí me ha hecho falta.

Fotografía: ‘Filósofos perros’, Miguel Juárez Figueroa, 2012

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