Uno.
Afuera está tu bella colectividad,
entre las calles grises, laberínticas,
de aceite manchadas (junto las pachitas
vacías y las crónicas en hojas,
hechas pedazos).
Allá afuera yace la culpa: su paranoia
y su ejército de eunucos
festejando la victoria de la hipocresía
y brindando con el dogma.
[¡uy si!]
Toma el libro, necia: corre en busca
(de Leobardo y…)
de la mezclilla pegada a la carne,
que dejó el chimeco junto a la anforita
coloreada de asfalto negro y luces policiacas
después de atropellarlo.
Dos.
[No seas tonta]
Aquí no enfrentas
acontecimientos, incidentes, reveses;
fruslerías, mezquindades y pliegues factuales
que atraviesan miradas.
[Aquí no hay espacios vacios:]
Solo el ron sobrante;
las posibilidades de soñarlo
todo de nuevo.
[……]
No hay culpa
desplazando
a los chivos expiatorios.
Fotografía: ‘Ventana’, Miguel Juárez Figueroa, 2009
