Día de reyes

Miguel Juárez Figueroa, joven narrador de Santa María Aztahuacán, vino al mundo a escribir. Vive con intensidad, observa como poseído y lee con fruición. Nota introductoria de Eusebio Ruvalcaba
(Publicado en «La furia del pez» del Suplemento Cultural del periódico El Financiero el 29 de diciembre de 2011.)


Una mañana fría de cinco de enero en la Ciudad de México. El ambiente se configura a partir de un telón invernal que sube lentamente, afinando en su descubrimiento la música matutina de pájaros e insectos. La luz se cuela por ligeros boquetes y el asfalto asemeja estar manchado. Todo parece ser tan bello, y lo es, en sí mismo.

Ese afuera es diferente para Rafael; a quien el bello clima y los bellos sonidos le taladran el cráneo. En la pequeña unidad donde vive, los vecinos ya han despertado; el ruido de sus múltiples rutinas y las escalas de su pretendida felicidad improvisan la música que pone a bailar al ejército de eunucos de la incertidumbre. Si en la sobriedad lo dinámico le aturde, este momento incrementa la sensación de estar un paso detrás de todos. Él es taxista y trabaja en las noches, pero hoy se ha visto obligado a comenzar temprano su día para doblar turno.

Rafael abre los ojos. Se levanta y saluda a Dios alzando las manos al cielo, retorciéndose gustosamente. Y se echa de nuevo sobre la cama, desparramándose como queriendo alargar el tiempo mediante un sueñito extra de cinco minutos. Después se dirige a la cocina para desayunar lo que María, su esposa, ha dejado preparado antes de partir a su trabajo de secretaria. Lo siguiente es el aseo personal necesario para salir a la calle esta mañana fría de cinco de enero en que no tiene que despedirse de beso de nadie. Para contextualizar un poco más, mencionemos que la noche anterior, mientras dejaba a su hijo Carlos, en casa de un amiguito, no escatimó en llenarle el corazón de promesas e historias fantásticas, motivado no tanto por la voluntad como por la obligación que impone la tradición colectiva de estas fechas.

Conforme todo esto sucede, advienen los momentos de reflexión y de pensamiento: es la angustia que se impone y comienza a dibujar las lozas que Rafael carga en su espalda; el tropel de recuerdos que se atropellan, intolerantes. Y es que hay unos que se instalan imperecederos. En su caso son dos de este tipo: por una parte, su carrera trunca de sociología que se obligó a abandonar ante la dificultad de titularse y la presión que ante ello ejercía su círculo familiar (los tíos mala-onda le llamaban ociólogo); y por la otra y más importante, las imágenes de un amor imposible: la desnudez que dejaba la blusa sobre su espalda, la mirada esquiva de ella a través de los lentes de pasta, sus cabellos negros y ondulados acariciando sus hombros, los lunares que él contaba con el índice y cómo sus poros se estremecían ante el contacto y aturdían su piel blanca. Un deseo reprimido que encontró escape el día en que conoció a la pequeña María, secretaria del gerente de un call-center. En fin, con esos recuerdos se ha dormido y levantado durante los últimos siete años.

Celoso del tiempo, Rafael sale de su departamento de la colonia Portales. El día de hoy es necesario trabajar doble turno para enfrentar, cual guerrero, al gran monstruo de concreto. Lo que sigue es un divagar mecánico de decisiones -como el auto de cuatro puertas que maneja-, con el fin de acumular los doscientos pesos de la cuenta y el dinero suficiente para cumplir las expectativas de Carlitos.

Como ya se dijo lo dinámico aturde a Rafael y éste día no es la excepción. El rostro iluminado de su hijo la noche anterior alimenta la angustia que activa la nostalgia del año nuevo. Recorre las calles y a ratos hay destellos de recuerdos de su infancia que se acumulan en la parte baja de su estómago (esa sensación que experimentaba de niño en el columpio, impulsado por su padre, en la parte más alta, gritándole al cielo). Y así se pasan las horas con el caudal anunciado de Reyes Magos portando coronas de cartón como símbolo metafórico de su poder inefable y la esperanza de los niños recorriendo y dando vida la ciudad. A todo esto son inevitables los abusos de algunos vendedores y establecimientos que hacen su agosto incrementando los precios y jugando con la necesidad de la gente.

Rafael continúa su proseguir por la ciudad. Suena la radio. Nada puede estar tan mal, pues seguimos soñando, dice el locutor más feliz del mundo, un tal Mariano. Rafael se permite entonces una sonrisa imaginando que mañana será un gran día. Siente una necesidad inmensa de estar en casa; una sensación al mismo tiempo de ansiedad y dicha. Y hay que imaginar que este hombre no suele experimentar muchos momentos como este. La situación de un giro; la otrora mezcla de sensaciones desagradables se convierte en ímpetu. El momento ideal cuando ya ha juntado el dinero suficiente.

Se encamina de Santa Marta hacia la colonia Portales, por Ermita. Tararea la melodía que suena en la radio. “En el álbum de mi vida / en una página escondida / allí te encontré / tu amor es un periódico de ayer”. Entonces la ve a lo lejos, una mujer haciendo la parada. Una chamba más, una menos, y me voy a la casa, se dice, no hay problema.

Al tianguis de Santa Cruz por favor —dice la mujer, abordando el asiento del copiloto y esquivado la mirada.

Él la observa. La blancura de su rostro se intensifica con su atuendo obscuro, sus ojos son inmensos y su rostro está salpicado de lunares. La indisposición que Rafael ha tenido de hablar a lo largo del día se olvida ante lo común de la situación.

¿A comprar los juguetes? —pregunta Rafael atropelladamente, con un interés desmesurado.
Así es, tengo tres niños, mi esposo me espera para buscar unos que no hemos conseguido por ninguna parte. Los niños son muy exigentes. Ya sabe. Y luego con esta crisis ¿verdad?
La comprendo, yo estoy en las mismas. Mi hijo está muy entusiasmado con los juguetes que le esperan el día de mañana. Me ha llevado una larga jornada juntar el dinero suficiente para satisfacerlo.

La situación es intensa: sin apartar la vista de Rafael la mujer se quita el abrigo y deja ver una bonita blusa rosa que tapa tan solo hasta el hombro sus delgados brazos. Además se descubre una minifalda negra que él observa disimuladamente. Alcanza a ver lo blanco de las que piernas que se filtra por la delgadez de las medias. Pasa saliva.

Usted debe de ser un padre de familia ejemplar —dice ella mientras se acaricia la pierna izquierda la altura de la rodilla.

Entonces el colmo de la coincidencia llega. El síntoma de nuevo, la tierra extranjera interior. Tal vez la primera cita inconclusa; el sueño agreste. La razón vituperada por la pasión. Las noches de desenfreno olvidadas en las mañanas y recordadas en las noches de insomnio. Probablemente las ilusiones universitarias en el hoyo de un carácter pusilánime. Rafael toca la mano de la mujer. El parecido es muy grande. El recuerdo de nuevo.

—¡Mi Rey, ya chingaste a tu madre!, O me das todo el dinero o comienzo a gritar y te acuso de violación -le espeta la mujer incendiando su otrora beato rostro.

La calle vacía y obscura se ilumina esporádicamente con las las luces tricolores de las patrullas. Rafael imagina las sombras obesas de los policías cómplices de la mujer. La situación devine en miedo y cansancio. Los eunucos ahora no sólo bailan sino que fornican en su mente. Recuerda que sus amigos del sitio de taxis le habían advertido de este tipo de atracos: es difícil librarla ante los vericuetos legales que existen en las legislaciones que protegen a las mujeres, máxime ante una posible violación. Rafael intenta negociar, es todo lo que tengo, ni madres, la desnudez de ilusiones, no te hagas. De resultas todo el dinero perdido y las opciones: ¿denunciar el robo o buscar el calor del hogar? ¿incertidumbre de horas en la delegación o disipar el sentimiento de culpa con la mentira? Nada más justo que engañar a todos aquellos a quienes se les han vendido esperanzas. Ni modo, la suerte aplasta, a veces deslumbra, si es mala es creciente y si es buena es ilusoria y se consume.

***

En la mesa de la casa la conversación versa sobre el intenso frío. Carlitos, emocionado, se apresura a hablar.

Papá me encanta el clima, ¿a ti te gusta?

Un movimiento indiferente de asentimiento es la respuesta.

María sirve tres tasas de chocolate y pone sobre la mesa la pequeña rosca de reyes que ha comprado la víspera y se dirige a Carlitos.

Recuerda que si te toca el niño tendrás que ayudarme a preparar unos tamales el próximo 2 de Febrero, día de la Candelaria.

Rafael no emite una sola opinión. Toma el cuchillo y lo entierra en el pan; corta un pedazo con una generosa cantidad de acitrones y de dulce sin percatarse del infante que yace dentro. Mira con intensidad su tasa humeante. Entonces sopea su pedazo de rosca, y sin saberlo, sin quererlo, ahoga al niño.

 LaFuriadelPez

Fotografía: ‘Reyes’, Miguel Juárez Figueroa, 2011