A estas alturas acepto que he fallado.
Que en eso se me ha ido la vida:
en equivocarme,
arrepentirme
y volver a equivocarme.
Es difícil aceptar mi falibilidad:
esa naturaleza de insecto
reincidente en el error
(natural de generar
espejismos de expectativas
durante los días;
para borrarlos con un
chasquido de dedos
durante las noches malditas)
Ni modo, hacía allá nos llevan
ciertas lecturas
y ciertas canciones.
Aunque a veces uno lea pero no lea
y escuche pero no escuche.
La certeza es que el trajín de la vida
—para nosotros, los profanos—
es eso: un crisol de caminos
que conducen más o menos rápido
hacia la podredumbre.
Los relatos de la mitadelamitad
de nuestra vida puerca son los mismos
de la infancia dorada: castillos de naipes
que se derrumban en momentos claros:
decisión, enfermedad y muerte.
Consejos para no pudrirse:
estudiar, trabajar, tener una familia
y triunfar.
Mientras todos corren hacía allá
yo contemplo a mi cierva blanca:
yace impertérrita en el recodo que conduce
a la opera prima de mi borrachera
en la sierra oaxaqueña.
Su rutilante blancura me permite ver
—a un ciego de espíritu, como yo—
como se gesta una esperanza
en el filo de la navaja.
Es la dicha en la desdicha.
‘Shangai Orphans’, Autor: Maleonn, 2012
