i.
Hay algo en los trámites que me sofoca: ese ir y venir constante de hilos dirigiendo máquinas humanas; y esos pantalones largos y tacones de escándalo de pretensiones fallidas.
Me incomoda asistir a la U.R.S.S. en malas metáforas; me incomoda el dogma de éxito que soñó mi juventud de aspiraciones desorientadas.
«Leo cómo Dmitri Karamázov se vuelve loco; cómo pondera su ser iracundo y romántico: lanzándose en caída libre, hasta la muerte misma».
Aguanto 6 horas de espera, un poco más, sólo un poco más. Des-espero cuando dos oficinistas bonitas y tontas chismean sobre la oficinista gorda e inteligente.
Me distraen.
Balbuceo.
Salgo a la calle con el riesgo de perder mi turno: compro dos cervezas y las apresuro en el camellón de Reforma, cerca de los indigentes. El sol me lástima aunque es un día nublado.
Pretendo seguir leyendo y acudo a mis lentes obscuros. Algún transeúnte murmura que se me perdió el sol. Ja, tienes razón, fokin: sigo en la noche sin darme cuenta.
Me distraen.
Balbuceo.
ii.
Te busco de vagón en vagón,
en las sombras de los árboles y
y en el vino que se escancia.
Pido ayuda a los perros y los gatos,
indigentes y borrachos,
y a su velo protector.
No hay respuesta.
‘Homeland’, Autor: Vadim Zanginian, 2013
