Tardía ofrenda. Luis G. Urbina

Nadie verá el tesoro
que salvé, intacto, de mi vida loca;
en mi alma está, como en la mina el oro:
para alcanzarlo hay que horadar la roca.
Hay que llegar al corazón que cierro,
con llaves de prudencia y desconfianza,
como cofre de hierro
en donde escondo la última esperanza.
Y es para ti el tesoro que he guardado
del corazón en el secreto oscuro,
como en lugar sagrado:
es toda la pureza de un pasado,
que fue más triste cuanto más impuro.
Cual diamante en el cieno
brilla en el fondo de mi ser. Es gota
de néctar en un vaso de veneno.
Es manantial que corre y que va sereno
debajo de la tierra, y que no brota
por no enturbiarse. Es mi ansia de ser bueno,
mi afán de perfección que no se agota.

La ilusión de más nítida blancura,
el pensamiento más inmaculado,
la caricia más pura,
el beso multialado,
son para ti. —La hermética alegría
de la pasión esclava,
el placer que no hastía,
el amor que no acaba,
son para ti.—Quizá nunca los veas,
y en tu desdén liviano,
indiferente a mi tesoro seas;
quizá nunca penetres el arcano,
y en el oscuro encierro
se quedará mi amor sin que tu mano
abra el cofre de hierro.

¡Lámpara en agonía,
viejo delirio, rezagada lumbre
que, ya traspuesto el sol, quedó en la cumbre!
Eres terca, alma mía:
¿cómo, en la noche, sueñas con el día?

‘La piedra’. Óleo sobre madera, Arturo Rivera, 2000