Elogio del pan I

—No le niegues nunca el pan a un viejo. El espíritu del pan se comparte. Y es para acompañar: compartir, con pan, partir… No se lo niegues nunca al indigente. O a ese perro que asoma con la cara sumisa —la del estómago vacío. Nunca lo pidas de manera arrogante. La ceremonia del pan es en todos los niveles: desde la creación hasta el consumo: sé humilde al pedirlo. Y jamás lo robes, más bien tómalo prestado. Porque los hombres verdaderos siempre corresponden el pan.

—Acompaña el pan con café. Y pídele a Dios que hágase su voluntad. En los velorios siempre sopea el pan de muerto. Que los destellos de azúcar te conecten con la vida. Y te reconcilien con la muerte. Bebe ron después para despejar la mente, y asegúrate de que nunca falte el pan en el velorio. Vigila eso. Que las figuras y ánimas acompañen al difunto. Nunca dejes en soledad a ese muerto.

—Iba con Alejandra a la Lecaroz del metro Múzquiz. Todos los domingos. Ella me enseñó que el pan de dulce no puede faltar en el noble arte de dominguear. Ya sea en el desayuno o en la película nocturna… Siempre me pregunté cómo podía mantenerse tan delgada a pesar de su afición por las apasteladas… / De su ombligo lamía el azúcar y me dejaba guiar al sexo. Un olor a sexo como a olor a pan. Como voz y levadura viva... / Alejandra decía que lo mismo aplicaba con el mezcal. Aquello de que no puede faltar en casa. Y he seguido su consejo.

—Mi padre toma un pedazo de pan de manteca y dirige el rostro al café de olla. Esto es en Coixtlahuaca, cierto abril. Lo sopea y empieza a narrar. Algo de que se está mentalizando para el jaripeo, porque va a montar. Está bromeando, naturalmente, y sonreímos ante la historia que se avecina… No sé cuándo aprendió a burlarse de sí mismo. Lo recuerdo tan melancólico, tan ceñido al potro del alcohol... La alegría desborda la pequeña cocina cuando enumera las características de sus espuelas, y la oración que dirigirá a Dios antes de montar… Y yo me dejo llevar por esa algarabía de vida; que algo me está diciendo pero que no alcanzo a asir,  mas intentaré pescar el secreto

—Mi hermano menor y mi padre están haciendo figura (pan español) para el difunto. Tengo que mencionar que es un muerto más en el contexto de pandemia. Uno más, pero al mismo tiempo no, porque el protocolo le da singularidad (el velorio, el novenario): por eso cada pieza elaborada es única, creada con el respeto y el dolor compartido que se tiene ante  el recién fallecido y su familia… / Les traigo pulque y escucho su diálogo: más historias y risa al ritmo de la creación colectiva. Después de un rato decido dejarlos a solas en su labor. Me despido tocando el hombro de mi hermano con el puño. Me mira y coincidimos. No hay mayor coincidencia que la de la amistad y la hermandad. Y más en la muerte.

—Cae la noche y me pongo un poco ansioso. Mas sé que soy de pan y de mezcal. Que no estoy solo. Me echo un trago de marmorata y reviso unas fotos que recién hallé en una talacha en la casa familiar. Encuentro una de mi padre en Chimalhuacán, hace unos veinte años. Se encuentra extasiado, en la faena, entre el horno y los carros con charolas. La imagen me lo muestra joven y risueño, en plenitud, más allá de sus crisis en la llama del alcohol. Entonces una cierta energía recorre mi torrente sanguíneo… / Ya más tranquilo tomo lápiz y papel, y comienzo a escribir este elogio del pan. Acaso así se me devele un poco del secreto.

Fotografía: Demetrio Juárez en Chimalhuacán, 2000